Dolor

En algún momento, alguien me preguntó:  ¿si pudieras devolver el tiempo, que momento de tu vida cambiarías? Con plena convicción de lo que de lo que vivo día a día y de lo que quiero vivir le respondí a esa persona "nada, cada situación me ha formado y no dejaría de ser quien soy". Hoy, por primera vez he encontrado un momento que quisiera borrar de mi vida.

Después de lo que fue una noche bastante mala por motivo de alergias, mi cerebro me recordó que tenía un pendiente desde hace días y decidí que era momento de darle solución y ese fue el primer craso error.  

Sin dormir y con el brazo adolorido debido a "la noche en observación" y el tetero conectado a la vena de mi mano derecha, tomé lo poco que es realmente importante para mi, audífonos, llaves, libreta de ideas y mi libro. Hoy me acompañó Bolaño por este oscuro viaje. Este viaje decidí emprenderlo sola, totalmente convencida que es una mala idea. Los que me conocen saben que me gusta hablar de casi cualquier sandez y que hay temas con los que no me meto y también saben que sólo muy pocas personas que me importan y que conocen la historia que va detrás de la persona amable a quien en muchas ocasiones le pasan encima. En fin.  

A las siete de la mañana ya me encontraba en tercer milenio caminando hacia el paradero de flotas que llevan al dichoso pueblo, A mi cabeza llegó la voz de dos personas que me regañan por no tener cuidado en la calle. Cruce las dos cuadras más solas que había cruzado en el centro y con una meta en la cabeza. Al entrar a la terminar recordé que por unos pesos más logras tomar un servicio de taxi compartido que es "más rápido". Pero por las horas, no fue posible conseguir ese servicio así que me toco irme en flota. Junte muchas personas, un calor infernal y una carretera llena de curvas y como resultado consigue dos horas indescriptibles. 

Fueron casi dos horas en la flota, con una parada en el "empalme" para desayunar caldo, sugerencia de los pasajeros. Pasadas las nueve de la mañana llegue a mi paraje final, de ser posible hubiese besado el suelo, pero el mareo y el soroche no me lo permitieron. 

Llegué un domingo a un pueblo que conozco por medio de recuerdos y sin ganas de hacer preguntas para poderme ubicar, sólo existen dos lugares que quiero visitar, sólo hay una historia que quiero conocer, intento aclarar mi cabeza pero la falta de sueño me está afectando, ¿qué fue lo último que comí? no lo recuerdo. Intento concentrarme y empiezo a caminar. A mitad del recorrido hay personas que me miran con cierta curiosidad ¿será porque estoy toda vestida de negro en este calor infernal?, ¿será porque nunca me habían visto por allá?. Sigo caminando hasta que por fin llego a mi primera parada. Una señora se me acerca y me pregunta si soy la hija de Marina y de Ramiro, que me parezco mucho a Marina, le pregunto por ella, por Marina, y me dice que era la profesora de la escuela, hasta que un día se cansó y se fue a trabajar a un colegio en Rionegro y mucho después a Chia, que Ramiro le dio mala vida teniendo muchas mujeres, me pregunto si era la grande o la pequeña, le respondí que la pequeña y me dio. ¿y su papá, que es la vida?. Pido excusas y me retiro. 

Ingreso y busco cuidadosamente entre lápidas. Camino y camino, pero no la encuentro, el lugar es un sólo lodazal y el desespero me empieza a afectar, quizá es el hecho de que han pasado más de 16 horas desde que comí algo, o que han pasado más de 24 desde que pude dormir. Me centro en mis pensamientos, como raro me ensimismo y piso algo raro, muy resbaloso, no tengo de que agarrarme y termino en el suelo. -Buena Tatiana- me responden mis locas. Me he sabido llenar el pantalón de barro y me he golpeado y raspado el brazo con unas lozas, las lágrimas empiezan a brotar, sé que no debería estar sola, cierro los ojos y decido ponerme de pie. A mi izquierda veo mucha maleza y tengo la sensación de que eso es lo que estoy buscando. Uso la chaqueta y las botas para quitar la maleza y la encuentro ahí, bajo mis pies. Luz Marina Rodríguez Romero, la lápida es firmada por su esposo y sus hijos, maldigo por lo bajo, malditos incompetentes, no son capaces de hacer las cosas bien. 

Ha pasado más de media hora y sigo ahí, de pie frente a quizá la única persona que me ha amado incondicionalmente, esto y unas cuantas fotos que hay en mi casa son el único rastro que dejo por mi vida. No hay anécdotas, no hay recuerdos, no hay nada. Contengo las lágrimas, es lo único que logro hacer, busco la manera de salir de allá y como buena torpe que soy me vuelvo a caer, nuevamente mi mano derecha es la que recibe todo mi peso, el dolor hace que se active mi cerebro y camine con más cuidado, detallando por donde pongo los pies. Logro salir completa de dicho lugar y camino hacia el otro lugar que necesito visitar. 

Al llegar veo una casa muy similar a la de mis recuerdos, creo que la última vez que estuve allí tenía 10 años, la señora Candelaria estaba cumpliendo años y toda su familia estaba allí. Cierro los ojos y oprimo el timbre., espero. A nosotros los ansiosos no nos deberían poner a esperar tanto después de timbrar, timbre una, dos, tres veces. Hasta que una voz se escuchó al fondo "ya va", en cuestión de segundos se abre la puerta y del otro extremo aparece una señora mayor con cara de enfado, al verme, su expresión cambia y me hace seguir. La casa emana un  olor raro difícil de describir, me dan ganas de vomitar, mi cabeza me empieza a dar vueltas, pero con paso decidido ingreso a la casa.

Después de una corta visita me llevan hacia la señora Candelaria, el ogro de mis recuerdos se ve desdibujado por una señora frágil que sólo genera lástima. Al verme dice las palabras a las que tanto temí... "Marina" y empieza a llorar, me quedo allí, de una sola pieza. A mi siempre me habían dicho que tenía un gran parecido con ella, pero nunca nadie me preparó para ese momento, intento explicarle que no soy Marina, que soy la hija, pero la señora no me entiende y sigue llorando. Tiene más de 90 años y llora por la hija que dejo morir, o quizá llora por todo lo cafre que fue con mi hermana y conmigo, no lo sé, pero ese momento me hace sentir incomoda y en vez de conmoverme me enoja, y siento como toda la rabia de los últimos años se agazapa en mi pecho esperando el más mínimo descuido para salir. No soy capaz de sentarme, no soy capaz de decir nada. Sólo la detallo, sus lágrimas, su arrepentimiento y siento como todo eso alimenta ese lobo dormido en mi pecho. Intento calmarme, busco todas las herramientas que trabajé con mis niños pero ninguna me sirve de nada. 

Después de 10 minutos de apretar las manos con todas mis fuerzas, reúno la calma suficiente para sentarme, lo más lejos posible de la señora y empiezo a hacer mis preguntas a los presentes. Lo único que hizo que fuera hasta ese paraje fue la búsqueda de esas respuestas. Sé que a la gente le molesta que uno vaya hasta su casa e intente hacer preguntas sobre cosas que pasaron hace más de 25 años, sé que esperan que uno cuente que es de su vida, que les haga reír o algo, pero por primera vez en mi vida me fue imposible. 

Ahora observo mis manos y sé que son del mismo tamaño que las de mi mamá. "Marina tenía las manos pequeñas, como usted" y era una persona muy cariñosa, amaba a sus hijas y esas fueron las últimas palabras que dijo "yo sé que me voy a morir, cuiden a mis niñas". 

Sé que fui ruda y grosera, alguien muy diferente a quien soy normalmente Pero en esa hora que estuve escuche más de lo que podía soportar. Esos son momentos en los que uno entiende que NO estaba lista y aún así lo hice. Al salir de esa casa, volví a sentir el ardor en la mano izquierda, ese que me avisa que todo está mal y va a empeorar, ese que me informa que voy a cometer alguna estupidez. Ese que llevo toda mi vida adulta intentando controlar. Empiezo a correr sin rumbo fijo y llego a este lugar 


Dicen que después de la tormenta llega la calma, dicen que no hay mal que por bien no venga. Yo sólo sé que en medio de la cordillera oriental busque la calma y no la encontré. Y que las venas de mi mano izquierda quieren salir a danzar pero yo soy más fuerte y las controlo. 

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